Miercoles 24 de Abril de 2024
LEANDRO ROMIGLIO: REENCUENTRO CON EL JOVEN SOLDADO

Leandro Romiglio realizó el Servicio Militar Obligatorio en Río Gallegos, provincia de Santa Cruz. 56 años después de aquello, agarró su auto y regresó a ese sitio donde acumuló afectos, anécdotas y experiencias. Comienza aquí la historia del “Soldado Conscripto Clase 44”, un maipuense que vivió la oportunidad de volver al cuartel donde estuvo un año y cuatro meses.


“Todas las mañanas sonaban marchas militares, y escucharlas hoy en día me siguen emocionando una barbaridad. Son sensaciones que no se pueden explicar”, cuenta Leandro Romiglio, jubilado de 76 años que vive de manera apacible en Maipú. Es alguien que pudo cumplir lo que una persona guarda en un espacio de su mente: volver a donde uno la pasó bien. A donde los buenos recuerdos merecen una nueva visita.
Su almanaque marcó los dieciséis años cuando se emancipó de sus padres para instalar una despensa en General Guido, al lado de la carnicería de su cuñado, de nombre “EL FORDCITO”. A su vez trabajaba colocando el asfalto para las calles de la localidad que estrenaban nueva cara. Durante cuatro años el tiempo transcurrió entre esas dos ocupaciones. Sus hermanas lo ayudaban a mantener el negocio. Pero un día de mayo de 1963 Leandro, con diecinueve cumplidos, fue llamado a realizar el Servicio Militar Obligatorio (SMO) o en su forma más vulgar: colimba (COrre, LIMpia, BArre).
El sorteo asociaba los tres últimos números del Documento Nacional, en orden creciente, con una de las mil bolillas que salían al azar de un bolillero. Número menor a 200: se eximía a la persona del SMO; números medios: Ejército o Aeronáutica; números altos: Marina. Si tocaba el primero, las familias festejaban; con los restantes, palabras de contención y aceptación. Muchos no querían hacerlo, y son contadas las historias de invenciones de patologías o enfermedades a la hora de la revisación, o la ayuda de ese contacto burocrático que facilitaba que el chico se quedase en su casa.
– “Orden: Nueve – Tres – Cinco” – decía una voz por Radio Nacional.
– “Sorteo: cuatro – cinco – nueve” – completaba otro locutor.
El azar decidió que se alistara en el Ejército, más precisamente en la base de Río Gallegos. Junto a él, el Flaco Asta, Carlos Díaz y Pocho Barreda de Maipú. Días más tarde la carta anunció:
“Soldado Conscripto Clase 44, Leandro Romiglio, debe presentarse en Tandil para revisación”. Sus condiciones se imprimieron aptas en la libreta y en octubre de 1964 viajó hasta Mar del Plata. Desde allí emprendieron en un barco de carga hasta la capital provinciana de Santa Cruz. Lo único que rescata de ese trayecto de náuseas y bamboleos fueron esas noches de peña con Hugo Jiménez Agüero, cantor reconocido en la Patagonia por sus letras dedicadas al sur.
Los tres mil hombres pusieron su pie en esas tierras áridas como consecuencia del frío y del viento, y enseguida los oficiales los formaron en fila. “¿Qué sabés hacer?” era la pregunta inicial. Luego de la respuesta los ordenaban en distintas compañías: A, B y Comando/Servicio. Cuando le tocó su turno a Leandro, contestó: “Peluquero”. Ese había sido el oficio de su padre. Ahí nomás le alcanzaron una máquina y junto a diez compañeros más le cortaron el pelo al ras a los tres mil sujetos. Durante tres días. Dedos, mano, muñeca y antebrazo le quedaron dolidos alrededor de dos meses.
Una mañana temprano los superiores dijeron: “Hay que levantar basura al barrio de oficiales”. Y Leandro presto para la tarea. Fue gracias a un conocido que logró ingresar como cocinero en el casino de oficiales. Aunque se trabajaba de manera intensa, era ganarse la lotería en ese contexto. “Yo sabía pelar papas pero no era cocinero. La cuestión es que ahí me hice cocinero. Ese chico me enseñó muchísimo. No quería estar todos los días a que me sacaran como pedo a hacer saltos de rana, cuerpo a tierra. Yo me levantaba temprano, me iba para el casino y no me tocaba nadie. Me levantaba a las seis de la mañana y no terminaba hasta las 2 de la madrugada”.
Leandro y sus compañeros iban todos los días en taxi al almacén Sancho y los fines de semana, cuando la cocina estaba más tranquila, frecuentaban la zona del puerto y el lugar donde se ubicaba el Teatro Carreras. Todavía recuerda cuando conoció a Estela Raval y los 5 Latinos en el club Boca. Se dio el gusto de jugar un partido de fútbol para el Boxing Club, encuentro disputado ante Alumni.
Sólo una vez vivió de cerca la posibilidad de un enfrentamiento. En 1965 hubo una contienda con Chile por los límites del Lago Argentino, conocida como Disputa de la laguna del Desierto. Él fue parte de la delegación que brindó apoyo logístico a Gendarmería, sin armas, pero brindándoles la comida a cada uno. Tras la solución del conflicto, lo licenciaron como premio y regresó a Maipú, donde estuvo de septiembre a octubre.
En resumen, ingresó en octubre de 1964 y egresó el 21 de febrero de 1966, quedándose unos meses más porque no se cubría la vacante de jefe de cocina. Cuando terminó, comenzó a trabajar en la municipalidad de General Guido. Semanas más tarde le ofrecieron realizar sus tareas en la municipalidad de Maipú, donde vivía, y aceptó sin dudar. Primero como auxiliar, luego como comisario de corrales. Sus labores cesaron en el 2000 cuando se jubiló.
***
“Siempre quise volver a Río Gallegos. Se me había puesto entre ceja y ceja. Ir a dónde había hecho la colimba porque lo había pasado bien. De igual manera, ese año estuve como encerrado, porque salíamos poco, entonces siempre pensé en ir a conocer y explorar. El año pasado se dio la posibilidad. Dije: Tengo el auto nuevo, lo primero que hago es ir para allá. Le dije a mi novia Mirta Mari, me dijo que sí y así fuimos”, comenta.
Una vez finalizada la planificación, el 5 de marzo de 2020 emprendieron hacia el sur. El trayecto no fue directo, sino que sirvió como excusa para conocer los lugares más hermosos de la Patagonia argentina: Bariloche, El Bolsón, Esquel, Perito Moreno, El Calafate o Los Antiguos. Seis días, 6804 kilómetros y 417 litros de nafta se acumularon en un camino con destino final Río Gallegos.
***
Detuvo el auto en la entrada de la guarnición, dispuesta en forma de arco con bases de ladrillo y dos calles de entrada y salida. Lo notó tan diferente como un amigo no reconoce a otro luego de 56 años. Descendió de aquel y contempló a su alrededor el paisaje. Miles de emociones se amontonaron en su mente, cientos de anécdotas le ocurrieron delante de sus ojos a la velocidad de la luz. Respiró profundo y se presentó en la cuadra, sitio denominado en la jerga militar donde se apostan soldados de guardia.
– “No sé cómo empezar la conversación…”–comenzó Leandro tartamudeando.
– “Qué deseaba, señor” –le respondieron.
–“Yo hice la colimba hace 56 años, ahora quería venir a visitar las instalaciones” –.
-“Sí, pase, por favor. Entre con el auto y que baje la señora”-se mostraron con generosidad.
Al instante desenvainó las fotos en blanco y negro que guardaba de esos tiempos. Los soldados, asombrados de ese material antiquísimo, se amucharon alrededor de él a contemplarlas. Le dieron un permiso para visitantes y llamaron a un joven que lo paseó por el regimiento entero. A la cantina donde compraba los sánguches, al taller mecánico donde trabajaba Pocho Barreda, a la cocina del casino de oficiales donde él ejercía su labor.
“Fueron sentimientos inexplicables. Pensar todas las cosas que hicimos adentro, hace tantos años, las salidas apuradas, las llamadas a casa que se escuchaban horrible, el trabajar nervioso, o limpiar el casino. Estaba la misma cocina, ¡estaba igual! El comedor también. Hasta me sigo acordando y te agarra una cosa, que no se puede explicar”, relata Leandro.
Tres horas duró la recorrida. El cuartel ya no quedaba en un lugar alejado de la ciudad, sino que ya formaba parte de ella. Encontró desilusión cuando vio al puerto sin esa actividad fulgurante de aquellos momentos. Observó a una ciudad en constante crecimiento, pero sin una estética agradable. Se vislumbró con el mausoleo donde yace el ex presidente Néstor Kirchner, a donde no se puede ingresar sino que sólo se puede conocer desde afuera. Tras cumplir el objetivo del viaje, quedaba un regreso con la visita a los innumerables atractivos turísticos que ofrece nuestro territorio patagónico.
***
“Pueda ser que esta nota la vean y surja gente que haya hecho la colimba y me llamen. Lo intenté un montón de veces y nunca pude. Que se contacten conmigo. Yo sé de otros soldados de otras clases que se han juntado miles de veces, y nosotros la clase 44 no, y mirá que éramos unidos”, desea.
Por último, en una charla que transcurrió sobre lo que aporta el servicio como enseñanza, Leandro reflexiona: “La colimba no me dejó nada. No creo que sea buena. Más en los tiempos que transcurren hoy en día. La educación es fundamental desde que nacés en la casa. Si en tu casa no te educan, ¿vos vas a llevar a un chico de 20 años a ‘enderezarlo’?”.
La posibilidad de revisitar las experiencias pasadas y verlas con la perspectiva del presente es un hecho siempre ansiado por las personas. Juntarse con la promoción de la escuela, caminar por esa casa donde uno jugaba en la infancia, conversar con ese viejo amor de adolescencia, reencontrarse con ese amigo perdido en el tiempo. Leandro Romiglio es una persona que nos abrió la puerta a su viaje y nos permitió contar esta historia








SEMANA MAIPUENSE
PROPIETARIO: EZEQUIEL E. ESTERELLAS
DIRECTOR RESPONSABLE: EZEQUIEL E. ESTERELLAS
DOMICILIO LEGAL COMPLETO: ALSINA ESTE 370 - MAIPU
BUENOS AIRES - ARGENTINA
(C) 2023
Registro DNDA N° EN TRAMITE