Jueves 28 de Marzo de 2024
CARTA DEL SEÑOR OBISPO SOBRE LA LEGALIZACIÓN DEL ABORTO




Queridos hermanos y hermanas:


 


“Déjennos vivir” fue el valiente ruego de Leila, una joven con síndrome de Down cuando dio su testimonio en el Senado de la Nación. “Déjennos vivir” es también el ruego de los niños por nacer.


Ante la inminencia del tratamiento del proyecto de legalización del aborto en la Cámara Alta, he querido volver a escribirles para reiterarles lo que también he predicado en las visitas a las distintas comunidades.


Tengamos siempre presente que la vida humana tiene una dignidad inviolable y por lo tanto debe ser acogida y cuidada con amor desde la concepción hasta su muerte natural en todos los momentos de su desarrollo.


Por eso quiero decirles una vez más que el aborto es una  violencia más sobre la mujer y la muerte de un ser inocente e indefenso.


Toda la sociedad está llamada a unirse en defensa del verdadero bien de la mujer y del derecho a la vida del concebido que nunca se realiza en la opción del aborto.


La vida no puede negarse a nadie, ni al pequeño e indefenso feto ni a quienes presenten discapacidades, la vida no puede suprimirse porque sea débil o enferma.


Nunca será justa una ley que impone el poder del más fuerte sobre el más débil y que habilita como supuesto “derecho” el descartar la vida inocente del niño por nacer. Se traiciona así en su fundamento a la democracia que es verdaderamente tal cuando reconoce y tutela la dignidad de todas las personas comenzando por las más vulnerables e indefensas.


Suprimir la vida humana naciente es la más grave injusticia de la sociedad actual, es creerse dioses para decidir quién debe vivir o ser sacrificado. Si queremos ser una sociedad verdaderamente democrática y progresista nos abocaríamos juntos, cada uno desde su opción política, su creencia religiosa y su lugar en la sociedad, a las urgentes y largamente esperadas reformas estructurales necesarias en cada área del campo social, particularmente la pobreza, la salud pública y la educación. La Iglesia no se opone ni prohíbe la educación sexual integral; cuando hablamos de educación para el amor y para la vida es porque concebimos a la persona como una totalidad, llamada a ser plena y feliz, y no reducida a la mera genitalidad.


No tengan miedo hermanos y hermanas de pronunciarse y manifestarse públicamente, unidos a otros cristianos y hombres y mujeres de buena voluntad, con la humildad de la verdad, en la defensa del derecho a nacer una vez concebido.


Los creyentes también somos ciudadanos y tenemos el derecho y la grave responsabilidad de conciencia de expresarnos para defender la vida desde la concepción, apoyados también en las muchas razones científicas, jurídicas, éticas y filosóficas que así lo reconocen y sustentan.


Los católicos, fieles al Dios rico en misericordia, debemos tener siempre gran misericordia para quienes caen en el pecado y se arrepienten, también para quienes participan de alguna manera y se arrepienten sinceramente. La Iglesia para seguir siendo luz del mundo y sal de la tierra no puede llamar bien al mal y mal al bien, sino que debe condenar el aborto por lo que es: la eliminación buscada de un ser humano indefenso. Y debe hacer saber que la muerte de un inocente no es compatible con recibir la comunión.


Hagamos todo lo que esté a nuestro alcance y más para crear en la patria un clima de alegría y confianza en la vida.


No me cansaré de proponerles la admirable y riquísima síntesis que nos propone el Papa Francisco: “la defensa del inocente que no ha nacido debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte”.


Agradezcamos siempre a nuestros padres que, con la verdadera libertad para decidir, eligieron dejarnos nacer.


Los abrazo y bendigo de corazón en Cristo y María Santísima.


 


                         Carlos H. Malfa


                                                 Obispo de Chascomús









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