Viernes 26 de Abril de 2024
30 AÑOS HACIENDO ESCUELA: LA CANCHA DE LOS PROFESORES




En 1982 alumnos y profesores del Mauro Golé decidieron jugar un partido. 38 años después el grupo de Los Profesores se mantiene con vitalidad y juega todos los sábados en su cancha, sin contar esta interrupción por la pandemia. Una comisión de personas donde confluyen la amistad, el fútbol y la responsabilidad.

Potrero y pasión

Roberto Ulivi posó su dedo sobre el mapa físico de la República Argentina. Su mirada alternaba entre la cartografía y sus alumnos, mientras señalaba el verde de la llanura pampeana. Un par de años antes había colgado los cortos para estudiar y ser profesor de geografía e historia. Pero al ver ese color su mente tuvo un lapsus. Le remitió a césped recién cortado, a esos tiempos donde jugaba en Ferroviario de lateral derecho. Tras perderse en ese pensamiento, dejó la clase por un momento y les preguntó a los chicos, con quienes tenía confianza: “¿Por qué no vamos a patear un día?”
Quedaron en encontrarse el sábado en un potrero con arcos chicos enfrente del asilo de ancianos, en calle Tucumán entre Madero y Belgrano. En el mismo partido se reunieron el grupo de los profesores: Cacho Fantini, Bochi Barrios, Eduardo Pozo, Sparza y el mismo Roberto; con los alumnos de 5° año de secundario del Instituto Mauro Golé. La semilla había sido plantada y no pararía de crecer hasta la actualidad.
La idea atrajo a más y más personas. Se sumaron preceptores como Beto Ponce y Víctor Meñasca, o maestros como Jorge Blanes. Como los profesores daban sus clases en varias escuelas, los equipos fueron componiéndose de alumnos de otras instituciones como el Normal y de los establecimientos de General Guido y de Labardén. Solían viajar a estas localidades para jugar.
El elenco tomó relevancia en la ciudad al presentarse en distintos torneos comerciales disputados en el paraje Santa Isabel, en La Fortinera, en Ayacucho y en el Club Independiente. Se convirtieron en el equipo a vencer en Maipú. El boca a boca corría de manera intensa: “Se juntan todos los sábados y se arman partidazos”. El que no jugaba en ningún lado y quería sacarse las ganas, se dirigía a donde jugaban Los Profesores.
Comenzaba la década de los noventa. La cancha del asilo quedó pequeña. Los partidos pasaron de 5 vs 5 a ser de 8 versus 8. Se trasladaron a una cancha más grande ubicada detrás del Cotillón, del otro lado de la Ruta 2. Acomodaron el piso y colocaron los arcos. Tras jugar un año allí, decidieron pasar el ritual de los sábados al Polideportivo Municipal.
“En un principio allí no había cancha. Estaban los arcos tirados pero la cancha estaba pareja. Pedimos permiso a la Municipalidad para armarla y jugar, nos dijeron que sí, colocamos los arcos, marcamos, hicimos toda la cancha”, cuenta Roberto.
El entusiasmo significó tal que muchos jóvenes se acercaban para ver, y como quién no quería la cosa, meterse para jugar unos minutos. Roberto dice que los invitaban a jugar a regañadientes, porque ellos eran personas de 40-50 años y se insertaban muchachos de 25 con mayor capacidad atlética. “Ya los sábados se elegía quién tenía que jugar y ya había mucha diferencia de edad entre los más jóvenes y los más grandes”, remarca Aldo Suárez, integrante del grupo y que más adelante esta crónica contará cómo fue su ingreso.

Hacia una organización

La necesidad de organizar la situación era ineludible. Ernesto Laportilla, quien anteriormente formaba parte del equipo de Santa Isabel, propuso la idea de jugar en su quinta, en Rivadavia al fondo, a cambio de que se comprometieran a mantenerla y cuidarla. No se cobraba alquiler.
“Si el partido empezaba a las tres, a las dos llegábamos para emparejar la cancha, cortar el pasto y marcarla. Los arcos eran de palos de acacio. Cuando se integró más gente, se marcaron las áreas y los córneres”, recuerda Roque Hoopmann, ex integrante. El grupo de Los Profesores encontró su lugar en el mundo.
En paralelo, se dispuso un reglamento para ordenar los partidos y el funcionamiento del grupo. Se contrataron árbitros de la Liga Maipuense; se llevó adelante un registro de sanciones por agresiones verbales o físicas; se implementó la tarjeta azul para calmar por unos minutos al jugador calentón. Se estableció una comisión que sería renovada todos los años; una cuota mensual para el mantenimiento de la cancha y demás gastos; la obligación de asistir por lo menos dos sábados al mes, salvo ausencia justificada; y una cena del grupo los primeros viernes de cada mes y una anual de fin de año con la familia.
La inclusión de integrantes nuevos se debate en comisión. “Que sea buena persona, que le guste el fútbol y que sea cumplidor. Nos pasó varias veces que un amigo anotaba a uno y no le explicaba los detalles. Venía un fin de semana, pero al siguiente ya no”, subraya Roberto Ulivi sobre los requisitos. Todavía recuerda aquella vez que suspendió a doce de un plumazo porque faltaban a los partidos. “Siempre me cargan porque ese día nos quedamos sin jugar”, dice entre risas.
El grupo de WhatsApp actual se compone de 42 personas. Aunque parezca grande, lo cierto es que no es fácil reunir 22 jugadores cada sábado. Antes de la fecha se delinean los equipos dividiendo las posiciones claves. Que haya un arquero, dos centrales, dos laterales, cuatro volantes y dos delanteros por cada equipo. Las posiciones fundamentales. Por cuestiones laborales y personales, hay quienes no pueden asistir. Durante el frío de invierno cuesta mucho más, dicen los entrevistados. Las lesiones ocurren a menudo y las recuperaciones no son las mismas para hombres mayores de 45 años.
La comisión se encargar de dirimir responsabilidades. Quién marca la cancha, quién coloca las redes, quién corta el pasto, quién aposta los banderines, entre otras tareas. La cuota debe mantenerse al día y aquel que no pueda costearla, la puede saldar con el lavado de las camisetas, por ejemplo. De las cuestiones disciplinarias también se ocupa. Las penalidades se registran. Dos amarillas acumuladas es una suspensión para el próximo partido. Si alguien llega quince minutos después de comenzar el encuentro, debe esperar hasta el segundo tiempo para ingresar.
“Es más conversado que partido de truco”, asiente Arturo Alza ante la pregunta de cómo son los partidos en la cancha de Los Profesores. Aldo Suárez enseguida agrega que una vez recibió el premio al más protestón. Jugadores de gran técnica que brillaron por el fútbol local y con sólo jugar paraditos te meten un pase a lo Burruchaga; personas que juegan para suministrarse esa cuota diaria de amistad y deporte, hombres que han sido técnicos y ordenan a más de uno en el campo de juego. Todo ello confluye en noventa minutos. Si hay una condición que nunca está ausente son las ganas de ganar y la competitividad.
“Yo jugaba de wing derecho. Siempre había roces, gente que quería sacar ventajitas y se armaban algunas discusiones”, añade Roque Hoopmann.
“Obviamente siempre ha habido peleítas. Gente joven que nos ve jugar nos dice: se están peleando por si una pelota está afuera o adentro. Este grupo tiene una particularidad: dentro de la cancha nos matamos por el resultado. Termina el partido y nos olvidamos. No hay resultado, no existe”, coincide Aldo Suárez.
A continuación desarrolla cómo Aldo se unió a este grupo de amigos donde, para él, siempre la pasa bien:
“Yo me vine de Santo Domingo, vine a Maipú, me casé y el fútbol era una de las cosas más importantes que uno tenía. Ya había dejado de jugar a nivel oficial y comencé a ver qué grupos había para insertarse. Siempre tenía amigos en común aquí, me uní a este grupo y de ahí no salí más”.
Arturo Alza acepta que sus condiciones físicas no son las plenas y con sólo jugar él se siente muy satisfecho:
“Yo estaba acostumbrado a jugar en el grupo de Pocho González. Sabíamos jugar atrás de la ruta, más precisamente atrás del Cotillón. Él me propuso un día en el grupo y apareció la comisión a buscarme al trabajo hace 20 años. Juego de lo que me dejen. Por lo general llevo el bidón de agua, mientras lo tenga voy a tener la entrada para jugar. Se juega a media máquina, algunos tienen un estado físico mejor que otros pero se divierten y se mueven como pueden. Algunos tienen el físico y otros las mañas”, ríe.
Roque, por su parte, recuerda las kermeses de la pulpería Santa Isabel que fueron determinantes para su entrada al grupo:
“Yo jugaba en el equipo de la pulpería Santa Isabel. Los líderes de ese cuadro eran los Laportilla. Se hacían kermeses en diferentes lugares para ayudar a la escuela. Cuando no tenía partidos con ellos, me iba con Los Profesores. Ahí los conocí y me integré. Me avisaban dónde jugaban. Laportilla siempre me traía de regreso a casa. Un día Los Profesores estaban jugando en el asilo y nos paramos a ver. Nos dijeron que bajáramos a jugar. Ahí nos fuimos integrando”.
Mario Glaria formaba parte de la cooperadora del secundario del Mauro Golé. Con una memoria envidiable, recuerda el mes y el año en que sumó: septiembre de 1988:
“Organizábamos eventos para recaudar fondos para la escuela, hacíamos campeonatos de truco, carreras de karting. Estaba en la comisión junto a Jorge Carrano y Cacho Barredo, y decidieron hacer un campeonato de fútbol de veteranos. Cada uno armaba su equipo, en total eran ocho. Yo tenía que armar un equipo, bastante bueno, pero yo nunca había jugado al fútbol. Conseguí once jugadores nomás. En el primer partido faltó un jugador y tuve que jugar yo. Hice dos goles, ganamos 3-1, en el segundo partido también metí un gol. Ahí le tomé gustito. Carrano me preguntó si quería ir al Polideportivo a jugar. No me animaba a pedir a pedir permiso, pero justo estaba Aldo Suárez y me dijo: ‘Mario ¿querés jugar? Falta uno’”.

Un tornado de fútbol

Las condiciones climáticas no son impedimento para que este grupo de personas deje de pincelar la cancha con su fútbol. La lluvia siempre perdía por goleada contra ellos, porque no le hacían caso. Se reunían en la esquina de Alsina e Italia, más precisamente en lo Orfano, se subían a las camionetas 4x4 y escarbaban hasta el predio. Era un mandamiento. Debían jugar sí o sí. “Hemos llegado caminando a la cancha por dentro del campo para jugar”, añade Arturo.
Una vez un tornado pasó por la cancha mientras ellos jugaban. Sobre ellos se avecinaba un conjunto de nubes negrísimas, como salidas de una película de terror. Mario Glaria contemplaba el panorama. Temió por el granizo y la integridad de su camioneta. Se retiró del partido. El Doctor Nogueira, al verlo salir, dijo: “Este gaucho si se va, algo pasa, me voy también”. Los demás siguieron el trámite.
Roque recuerda que estaba en el banco de suplentes junto al masajista De La Rosa. Una brisa de calor soporífero tomó protagonismo. “No va a pasar nada, decíamos”. Los banderines de los córneres comenzaron a balancearse con violencia. La brisa caliente se convirtió en un viento furioso. Muchos pensaron que lo que volaba cerca de ellos eran papeles, pero en realidad eran chapas. Los pilares de luz se cayeron, parte de los eucaliptos cedieron. Algunos de los jugadores escaparon por la calle Rivadavia, y otros, en la desesperación, se abrieron camino en el campo. La historia quedó para ser narrada en las peñas.
Noches de amistad y risas
Así como la del tornado, decenas de anécdotas se narran en estos encuentros de comida, bebida y truco. Aunque se afirme la veracidad de éstas, siempre hay alguien que le añade un comentario más a la historia que la hace todavía más graciosa. La sede del encuentro era en la misma quinta de Laportilla, ya que concedió un lugar para juntarse a cenar. Los integrantes del grupo compraron sillas y mesas para poder ubicarse allí.
Todavía recuerdan aquella noche que se olvidaron de pasar a buscar a Cacho Fantini para un torneo disputado en Ayacucho. Cuenta Roberto Ulivi que su compañero de trabajo quedó esperando horas fuera de su casa con la ropa puesta para jugar. Cuando en la semana lo vio en la sala de profesores, atinó a saludarlo y Cacho le dio vuelta la cara. “Con el tiempo se le pasó”, desliza entre risas.
Roque se toca la clavícula de su hombro izquierdo y comienza a explicar por qué. Fue un partido donde metió un gol y no pudo festejarlo:
“Salgo a festejar el gol, Mario Glaria llegó y me desparramó. Hasta las canilleras me sacó. Me desarmó. Todavía tengo un recuerdo de ese golpe, tengo la salida la clavícula izquierda. Ángel Ramos me tocaba y me decía ‘¿dónde te duele Roque?’, ‘me duele todo’, le respondí. Tuve que salir porque me cortó la respiración”.
Por su parte, Mario Glaria expresa su versión de la historia:
“Roque era un puntero derecho, entraba al área y se zambullía ni bien lo tocabas. Me tocó una vez marcarlo y se tiró, me cobraron penal. Tenía una calentura, no me gustaba perder a nada. ‘En la próxima vas a ver’, le dije. Pasaron diez minutos, venía Roque con la pelota, entró al área, me le fui con plancha y lo tiré afuera de la cancha. Le fracturé la clavícula”.
Cada pelota se disputaba como si fuese la última botella de Coca-Cola en el desierto. Con el cuchillo entre los dientes, como dice el Cholo Simeone. Es conocida también la vez que Mario Glaria y Pedro Romay chocaron cabezas. Los dos perdieron unos minutos el conocimiento y terminaron en la clínica que se ubicaba en calles Laprida y Belgrano.
Todo lo descrito hasta aquí forma parte de la colección no registrada de anécdotas, historias y momentos que compartió el grupo de Los Profesores. Siempre es recordado con una carcajada a troche y moche.
Y si no alcanzaba con las narraciones juglares, las cenas de fin de año provocaban un estallido de risas y ovaciones. Allí asistían los jugadores y sus esposas en un salón alquilado para la ocasión. Eran un espacio preciso para realizar obras de teatro y actuaciones de comedia.
Una noche Roque, Ángel Ramos, Pedro Romay, Juan Delorte y Aldo se disfrazaron como el grupo Bandanas, una banda compuesta por cinco mujeres y furor en los inicios de la década del 2000. En otra oportunidad Roque y Aldo realizaron una perfomance de Chasman y Chirolita. Los chistes giraban en torno a los integrantes del grupo y los aplausos al final eran atronadores. Luego se cerraba con un baile a pura música popular.
Las cenas show fueron perdiéndose con el paso de los años y de un tiempo a esta parte se reúnen en el restaurante Stylo, donde convergen cuarenta personas. Para el 40° aniversario que se celebrará en 2022 la comisión piensa volver con aquellas cenas invitando a todas las personas que formaron parte del grupo de Los Profesores.

El adiós a un amigo

El 21 de julio de 2017 el grupo despidió a un integrante y más que eso, un amigo. Francis Sallaz, jugador y técnico reconocido de la Liga Maipuense, se descompensó en pleno partido y murió instantes después. Aldo Suárez, un compañero de toda su vida, recuerda que todos los sábados él lo pasaba a buscar para ir al predio. Pero ese día no pudo asistir porque viajaba. Volver a casa con el asiento del acompañante vacío hubiese sido una tristeza enorme para él.
Francis en su faceta de jugador se destacó por su carácter y su verborragia. Protestaba cada decisión con fuerza y podía irritar al más tranquilo. Sin embargo, cuando finalizaba el partido todo se olvidaba e incluso aceptaba que era bastante calentón para jugar. “Cuando terminaba el partido volvía a ser él”, explica Aldo.
“Nos queríamos muchísimo, pero una vuelta nos peleamos. Estuvimos dos meses sin hablarnos. Venía una pelota a nuestra área, sale por la línea de fondo y él dice que la pelota me roza y que era córner. El referí cobra saque de arco. Francis se enoja y me dice: ‘Roque, decile que fue córner’. Yo me callaba la boca. ¡Se enojó taaaaanto! Incluso nos tiramos unas cachetadas. Hasta que un día apareció y volvimos a ser amigos”, cuenta Roque.
Arturo Alza se inició con Los Profesores discutiendo con aquel que sería su amigo durante muchos años. Así resume su debut:
“Hacen el sorteo, faltaban delanteros y me dicen: ‘Arturo, ¿querés jugar adelante?’. A lo que respondo: ‘sí, bueno’. Arranca el partido, a la mitad de los muchachos conocía y a la otra no. Uno de mi equipo me gritaba a cada rato: ¡Arturo! ¡Mía! ¡Mía! ¡Mía! Ya a los 30 minutos del primer tiempo se me salió la cadena y le dije: ‘Hermano, si vos corrieras como hablas, nos iría bárbaro’. Termina el primer tiempo, vamos al vestuario, me siento en el pasto y esta persona viene a pedirme disculpas. La amistad que yo hice con ese tipo desde ese segundo tiempo hasta hace tres años atrás fue espectacular. Estoy hablando de Francis Sallaz. Teníamos ese carácter de buscar algo para jorobar, nos divertíamos mucho”.

TESTIMONIOS FINALES

Encontrarse en este grupo significó una revitalización inmensa. Para cada integrante implicó sumarse a una comunidad, a establecer amistades que durarán para siempre. Así lo describe Mario Glaria:
“Cuando empecé a jugar tenía 37 años. A esa edad un hombre casado no tiene a dónde ir en Maipú. No me gustaba frecuentar los clubes e ir a bailar no quedaba bien. Fue una vía de escape impresionante, me hice de muchos amigos. Había llegado a Maipú hacía 5 años. Esperar los sábados para ir a jugar, el resultado se terminaba en la cancha y quedaba todo bien. Fue fabuloso, una etapa bárbara. Creo que no voy a volver más, se cumplió un ciclo”.
En el caso de Roque, sus rodillas fueron quienes le dijeron: “llegaste hasta acá”. Cuando revisa su álbum de recuerdos, no le quedan más que palabras de agradecimiento y admiración:
“Dejé a los 63 años porque estaba muy embromado de las rodillas. Tengo 78 años ahora. Venía a casa, tenía que trabajar y era un sufrimiento, estar acostado y poniéndome cosas en la rodilla para afrontar el día siguiente. Es una institución que se ha llevado y la siguen llevando. Tendríamos que hacer una cancha de colchones para que no nos duelan las rodillas, je. Jugar ahí fue extraordinario”.
Roberto Ulivi medita si volverá a jugar una vez que transcurra la pandemia. Aunque aclara que todavía no dejó. Pone de ejemplo a Jorge Carrano, que una vez que cumplió setenta años se retiró. “Todo tiene su tiempo, tenía razón”, dice. Cuando el sábado se avecina, siente en su cuerpo la necesidad de calzarse los botines, ponerse la camiseta y patear el esférico. Extraña a los “avestruces”, aquellos jugadores de cuarenta años que pasaban al lado suyo con una capacidad atlética envidiable. Él, con dar un par de toques al balón, se conforma y alivia.
Explica que el éxito del grupo de Los Profesores se debe a la constancia, al trabajo y a la regulación interna, aquello de cumplir y aceptar las reglas que se disponen. “Hemos matado hormigas, hemos tapado pozos, hemos corrido caballos, se alambró, se echaron semillas de pasto. Más de una vez decían que estaba mejor esta cancha que la del Polideportivo. Es muy difícil convivir con tanta gente, que tengan ideas parecidas, no es fácil. Tratar con gente que le indicas cosas es complicado. A no todos les gusta”, agrega.
El beneficio de las relaciones es el saldo más destacado por Roberto. Conoció a infinidad de personas, se llevó la experiencia de gente innovadora con grandes ideas. El grupo se convirtió en un caso paradigmático: una comisión que se mantiene de manera intachable con el paso de los años.
“Lo lindo del grupo era que hay de todo. El carnicero, el panadero, el municipal, el maestro de escuela, el empleado del banco, el doctor, gente del campo. Todos mezclados”, completa.

Actualidad

La pandemia y su consecuente cuarentena suspendieron las jornadas de sábado y las peñas a la noche. Incluso el cambio de comisión en marzo se realizó a través del grupo de WhatsApp porque están prohibidas las reuniones sociales. La misma está compuesta por cinco personas del grupo más cinco ayudantes.
Aunque el fútbol está paralizado, las contribuciones a la comunidad y las refacciones no cesaron. Por un lado, Los Profesores donaron 16 mil pesos en cuatro cuotas de 4 mil para los merenderos de Maipú. Por el otro, trabajan para construir un nuevo vestuario para los equipos y otro para los árbitros con ducha y baño. El predio pertenece ahora a Galarraga.
Cuando las condiciones sanitarias lo permitan, volverá el fútbol a la cancha. “El miedo que tengo es que ya el ritmo era lento antes de la pandemia”, desliza entre risas Arturo. Muchos integrantes sentirán una alegría inmensa cuando vuelvan a ponerse los cortos. Otros dirán que ya cumplió un ciclo y acompañarán desde afuera. Formar parte del grupo es adoptar una identidad y un estilo de vida. Aunque uno deje de jugar, nadie se desprende de lo plasmado en ese verde césped de Rivadavia al fondo.
Sin embargo, realizar un pronóstico sobre el regreso es jugar con la incertidumbre. Lo cierto, lo comprobable, lo evidente es que durante 38 años un grupo de personas logra llevar adelante una comisión y la difícil tarea de reunir 22 jugadores todos los sábados de cada semana, de cada mes y de cada año. Los Profesores, como indica su nombre, hacen escuela en el modo de organizarse y de cómo la amistad, la responsabilidad y el compromiso forman un combo inquebrantable.
Gracias a Roberto Ulivi, Roque Hoopmann, Mario Glaria, Aldo Suárez y Arturo Alza por los testimonios.








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